Las feminazis, el absurdo y el disfraz mutante de las buenas almas pecadoras


Por Mauricio Runno

"Lo absurdo no es ni estúpido ni tonto. Se refiere siempre a una lógica que se ha roto. La idea de que una nariz pueda abandonar una cara plantea una lógica falsa, que nos sirve para hablar del miedo a las jerarquías o de la división de uno en varias personas. El absurdo rompe la lógica racional y se apoya en la irracional. Hay que tomarse en serio lo absurdo". La respuesta del artista sudafricano William Kentridge, en un mejor reportaje, surge como una de sus fases creativas, proceso interesante en su caso por haber vivido en la ambigüedad de un sistema perverso: el apartheid.

"Si les das la misma fotografía a dos personas distintas, cada uno dirá cosas diferentes. Eso significa que solo pueden estar hablando de sí mismos. No ven la fotografía, se ven a ellos", agrega, el último premio Princesa de Asturias de las Artes.

Mientras leía este reportaje pensaba en un asesinato que ha conmovido a distintas personas en distintos países, incluso en la propia España. Es el cometido por una adolescente argentina, que, pese a haber confesado desde un primer momento la brutalidad de un acto extremo, no fue alojada primeramente en una dependencia policial sino en un pabellón psiquiátrico. Con el transcurso de las horas y por la presión mediática del caso, finalmente, se la depositó donde suelen parar los asesinos.


Es un caso incómodo para las activistas del feminismo nacional y popular. Y a lo mejor pueda disparar un  debate más interesante y plural. Por el contrario, debería ponernos más alertas para no repetir  generalidades, posiciones correctas y declaraciones oportunas. Es que el primer asesinato extravagante de 2018 contradice una supuesta conquista social. Y desarticula el núcleo de lo que se llama violencia de género, que en Argentina es una zona de confort exclusiva para quienes nacen mujeres.

Hay que subrayar que el asesinato de esta adolescente -que le quitó la vida a su novio- no está inscripto jurídicamente como violencia de género. Como dice Kentridge hay que tomarse en serio lo absurdo.

De alguna manera legislamos con criterio de minorías. Y en mi pensamiento se me hace absurdo, irresponsable y hasta discriminatorio pensar a las "mujeres" como tales. Más bien parece elevar el privilegio de ser parte de una corporación.

Por eso coincido con quienes hablan del carácter nazi de esta clase de leyes, que ni siquiera consiguen frenar asesinatos, como el sucedido en forma reciente, maltratos y toda clase de presión indeseada en el mundo de las parejas, sin importar si es hombre-mujer, hombre-hombre, mujer-mujer. No hay una sola violencia, por más que no suene políticamente correcto. Es tan complejo el fenómeno como el día de la primera lucha en la humanidad.

El mundo contemporáneo ha barrido con las nociones clásicas de izquierda y derecha en política. Pero nostálgicos y temerosos del presente siempre hay. Y más si nos remitimos a esos colectivos sociales que piensan a las mujeres como corporación o con status de minorías o como grupos de privilegios.

Anida este progresismo barato en esas versiones modernas de lo nacional y popular, que se expresan en manifestaciones de dudoso gusto delante de catedrales e iglesias del país. El colmo del absurdo fue lo que dejó una movilización violenta de grupos anarquistas con la pintada "Macri hetero" en las paredes del Cabildo. 

Creen ser la vanguardia de la izquierda pero se me hace que pocos favores prestan a causas realmente transformadoras en busca de la equidad de géneros, en armonizar y presentarse a un debate racional e inteligente. Todos coincidimos en repudiar maltratos, violencia doméstica, acosos. El punto es cómo abordar el fenómeno. Fuera de la militancia ideológica de visión estrecha y de la industria generada alrededor de estas nuevas figuras jurídicas. Hasta las abogadas que más han impulsado casos al borde de lo absurdo están flojas de papeles y de honestidad. Carolina Jacky es una de ellas, pero no la única. 

La verdadera buena noticia, pese a las malas que han dado vuelta, para la raza humana, entiendo, proviene desde Islandia y esta sí es una conquista que nos debería enorgullecer: una nueva ley allí establece salarios idénticos sin distinción de sexo. Ojala sea una medida contagiosa en todos los rincones del mundo. Es una reparación del absurdo dominante en la relación laboral actual. Si las leyes nos hacen más iguales se parecen a estas modificaciones sustanciales más que a fortalecer burocracias y procedimientos arbitrarios.

Las sociedades, conviene recordar, no cambian por retoques al sistema jurídico sino por su evolución cultural. Más leyes no significan mejor calidad de vida, sino, quizá, todo lo contrario.

Un artículo del escritor español Javier Cercas  ha sido citado por el CEO de Perfil en una columna reciente. De esa lectura extraje varios párrafos que posiblemente aclaren otros aspectos a debatir, el día en que hacerlo sea realmente un acto civilizatorio, democrático y fuera de todo fanatismo:

"La indignación moral se convierte sobre todo en un instrumento de venganzas personales, de linchamientos realizados en secreto y desde la comodidad de un sillón, de búsqueda de prestigio social y audiencia a cualquier coste, incluido el de destruir vidas ajenas. Con un añadido determinante: la psicología experimental ha demostrado que quien se indigna y castiga a otro por la violación supuesta o verdadera de una norma no lo hace por motivos morales, para evitar que la violación se repita, sino porque haciéndolo obtiene una gratificación personal —así compensa sus propias deficiencias, satisface el apetito de destrucción del otro y se presenta como un individuo virtuoso—, aunque la historia que se cuenta a sí mismo el indignado es desde luego la opuesta. Este fariseísmo tóxico es el porno de la indignación moral".

"En cuanto a Internet y las redes sociales, es indudable que nos han deparado beneficios fabulosos, pero también que han dado voz, además de a personas más o menos cuerdas y decentes, a millones de perturbados, canallas, analfabetos funcionales, psicópatas de manual, tontos cultos, enfermos de rencor, locos peligrosos y malnacidos irredentos".

La fauna humana depara sorpresas de todo tipo. Y no se anda fijando en la entrepierna para que unos sufran a los que gozan. La viña del Señor también es unisex.


Todas las obras pertenecen a William Kentridge


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