Volveremos y Cambiemos en un mundo de emos



Por Mauricio Runno
Argentina se clasificó a Rusia 2018, esta semana, y lo único que me sorprendió fue oír cantar, luego del partido, en el Obelisco, "Volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones, como en el 86".

Los argentinos siempre estamos volviendo. Y no es tan casual que una de las canciones tanques de la nacionalidad sea el tango "Volver", en la gola de Carlos Gardel. 
No me sorprendió el cambio repentino de la prensa "especializada". No me sorprendió que Messi hoy sea un héroe indiscutido, mientras ayer era todo lo que hemos escuchado. No me sorprendió nada. Salvo lo del "volveremos". Hasta hace escasos meses los acólitos de la ex presidenta CFK también se reunían alrededor de un "vamos a volver". Fueron acallados (callados, bah), en ese cántico y actitud, por las recomendaciones del nuevo asesor catalán en ecosistema de comunicaciones.

¿Volver? ¿Revolver? ¿Devolver? Cualquiera podría ser el sentido bajo la radiografía del ser argentino. ¿Por qué queremos, con tanta insistencia, volver? La gloria del campeonato mundial en México, en 1986, hasta suena de lo más coherente dentro de la ensalada. Allí, ganamos. Nos fue bien. 

Es peligroso arder de volver cuando hace medio siglo que vamos de fracaso en fracaso. A lo mejor deberíamos quedarnos con el tango. Transcribo un fragmento y verán que tampoco es de lo más afortunado: " Volver / con la frente marchita / las nieves del tiempo / platearon mi sien". Otro: "Tengo miedo del encuentro / con el pasado que vuelve / a enfrentarse con mi vida / Tengo miedo de las noches / que pobladas de recuerdos / encadenen mi soñar". Y un último  brote de este clásico de la canción popular argentina: "Vivir / con el alma aferrada / a un dulce recuerdo / que lloro otra vez".

Emos. Son los miembros de una de las tantas tribus urbanas y que hacen distinto al mundo adolescente de sus mayores, como en casi toda época. Parece que este movimiento nació a mediados de la década del 80 en Washington. Leo que "actualmente el escenario emo contiene elementos mixtos de otras culturas, como el punk, el gótico, el grunge, el skateboard y el rockabilly". Otra ensalada.

Geoffrey Nunberg en su libro "Talking Right" advierte en un análisis semiótico y con gracia que lo asociado al "emo", por decirlo de algún modo, hoy es "una frase duradera que reduce todo altruismo al sentimentalismo infantil". 

Y destaca que lo concerniente a lo emo "ahora toma su lugar en blogs conservadores, donde la propia palabra puede implicar que, aquellos a la izquierda política, no son simplemente emocionales, sino emocionalmente inestables. La retórica política del siglo XXI puede surgir de algunas fuentes improbables", concluye. 

Cita algunos casos pero es un rollo meter aquí sus argumentos.

En Washington las revistas alternativas concluyeron que las bandas que mostraban una música más "emocional" que lo normal debían ser consideradas bandas emo. "Se dice que las multitudes quedan en lágrimas por la intensidad", sentenció una de ellas. Como adjetivo, “emo” puede describir un estilo de comportamiento, un estado general de infelicidad o melancolía. Es un estilo de vida que adoptan las personas jóvenes. Transcribo: "Son personas que con su estética intentan parecer personas tristes y amargadas, basan todo su físico en problemas emocionales". 

No puedo dejar de pensar en lo que ha devenido el kirchnerismo. Es una agrupación con el espíritu "emo", más que nunca. Amenazan con bombas que no existen (aunque una sí, detonó, a días de las elecciones primarias), aseguran que no hay democracia y se manifiestan con escraches y hasta se jactan de tirarle huevos al auto que conduce al presidente Macri. Meten púa en temas sensibles (caso Maldonado, inflación, cobertura social), se regodean en el fracaso del otro y rechazan acuerdos o diálogos con otros sectores.

El colmo de moda ha sido la denuncia reciente de Milagro Sala, en la que afirma que el Estado ha ejercido violencia de género y racial por confinarla a prisión.

Es un país con un arquitectura de leyes y derechos a revisar, capítulo por capítulo.

La señora Sala puede hablar de violencia de género o prejuicio étnico y de cualquier otra cosa. Y aunque semeja ser el suyo un argumento disparatado, le asiste el derecho de opinar como mejor le caiga.

Es una de las garantías del estado democrático.




Más que iluminadas, las huestes del kirchnerismo que resta parecen desprendimientos de las legiones de emos. Está tan agotado el discurso de CFK que ya nadie sabe qué objetivos persigue en la arena política. Sucumbió a la tentación de la vanidad.



El término “emo” en inglés es una abreviatura de la palabra inglesa “emotive”, que remite a la zona de lo afectivo o emotivo. Una de las peores calamidades para el progreso del país es este apego cariñoso, la recurrencia al pensamiento mágico, para no colocar racionalidad, inteligencia y creatividad en aquello que lo requiere. El mundo hace un buen tiempo que no resuelve sus problemas de modo sentimental. Las realidades ásperas no conocen ni de magia ni de cariño.

Cambiemos, a pesar de proclamarse como lo nuevo, lo que venía a hacer distinto, suele caer en la trampa de la zona de confort de la clase política más tradicional y cuadrada. También muchos de ellos -más funcionarios que legisladores o militantes- suelen confundirse con los emos. La dinámica de la administración central está puesto en un eje apenas: ordenar (lo que se pueda).

Y en ese punto el debate nos trae la languidez de los emos.

No es inapropiado decir que en términos reales Macri comenzó a ser un verdadero presidente desde principios de 2017. Los resultados electorales han consolidado sus sospechas: si no cambia, lo cambian hasta a él.

¿Será el presidente el hombre con una visión, en una hipotética reelección, aspiraciones que no son secreto para nadie?

¿Alcanzará nada más que con el orden y con los asuntos pesados mantenerse según las convenciones del gobernante correcto?

¿Hay un hombre para las presidenciales del 2019? ¿O hay una o varias mujeres en la pole position?

Los emos sienten un aprecio especial por las películas de Tim Burton, sobre todo por una sombría e inquietante. Se trata de "El extraño mundo de Jack".

Los mundos de Tim Burton no tienen mucho para envidiarle a la vida en Argentina.

Acaso explicaría la persistente ola de emos nacionales que pasaron largamente los dictados de la moda. Y como aquí todo vuelve ("volveremos"), los emos también.




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