Absurdos argentinos de hoy y de siempre

No hay inocentes en la Argentina. Pero tampoco hay culpables.  Eso es raro. En un país, pero también en una puteada en el tránsito, en la infracción a la ley, en la traición obsesiva del destino a manos de quien nunca ve más allá de sus propias narices.

No hay matices en la Argentina, se abolieron los diversos, se anulan a los Otros. El exilio es una prisión que nos convierte en más esclavos. Siempre cuando alguien llega del exilio, otro, el de al lado, está moqueando el principio de un adiós. Eso no es tan normal. O al menos no es tan normal en otros lugares, en los que perder un partido de fútbol no significa destrozar calles y espacios privados.

En varios otros lugares, cuando un representante se destaca en una disciplina, suele ser tomado como ejemplo. Messi no. Aquí Messi es un jugador liviano, sin sangre. Muchos dicen que sin talento. Es raro, como encendido.

No hay una lógica en la Argentina: no sabemos si un peso en enero será un peso en diciembre. Menos sabemos si algún chiflado un día se levanta con cierto espíritu apocalíptico o redentor y somos su carnada. No sabemos si somos o no. Nos vamos corriendo en vaivén o como péndulo según la campana que hoy toca, si está alejada de lo lógico, bastante mejor. 

No somos el Estado. 

Somos lo que hacen con nosotros los que toman el Estado. 


Dependemos del Estado hasta en el modo más singular del insulto o la exaltación. No somos el Estado. Somos lo que hacen con nosotros los que toman el Estado. Creemos en una lógica inapelable: la cantidad de cuotas de cualquier plan, que como no es magia, alguien siempre debe pagarlo al final. Han sido varias las “fiestas” de los conductores del Estado. Pero creemos que eso es lógico. Y no nos gusta nada el final: la resaca.

No hay plan en Argentina. Crecemos como esos niños que no saben qué hacer con tanta libertad. Después crecemos en la incertidumbre. Crecemos pensando en mañana como la noción de máxima perspectiva. Y, mientras, fabricamos más pobres. Y como no podemos hacer otra, en esta ausencia de futuro, les damos jerarquía a los pobres. Los pobres suelen reconocerlo, al principio. Es un paso. Aunque sospecho que el asunto es que nadie quiere sentirse orgulloso de ser pobre. Menos delante de situaciones que hacen que algunos pocos sean más ricos. Pero el problema es que los pobres no quieren ser pobres. Repartir riqueza lo hace cualquiera. Generarla parece más difícil. Requiere de más inteligencia, de más conocimiento. Y requiere humildad. Para preguntar, para escuchar, para articular, para incluir. 

Repartir riqueza lo hace cualquiera. 

Generarla parece más difícil.


Los pobres no quieren más redentores. Ya tienen a sus sacerdotes y pastores, a sus mártires y a sus luchadores. Se trata de gente que busca dignidad y menos “reconocimientos”. Soluciones y no tantas palabras.



No hay equilibrio en Argentina. Nos jactamos de ser un país donde nunca nadie se aburre. Quizá sea cierto. No tengo idea. Y a mi individualismo anarquista eso le saca una pequeña sonrisa. Traté, trato y trataré que el Estado no sea ninguna vara en mi vida.  

No nos aburrimos pero tampoco somos felices. Hace muchas décadas que la generación en curso va dejando un poco peor las cosas a los que vienen. Algunas voces dicen que sucede desde hace un siglo. Otras, hace medio siglo. Y otras tantas hace dos décadas. Debemos creernos muy geniales para ingeniar el argumento que a los que vienen les dejamos algo mejor.  O debemos ser muy cínicos. O debemos de creernos que es divertidísimo dejar que las mejoras las hagan quienes van a vivirlas. Y así nos pasamos la posta: sin ninguna clase de vergüenza, sin culpa, sin admitir el desequilibrio. Una copa más, la última, como dicen en los asados.

Debemos creernos muy geniales para ingeniar el argumento que a los que vienen les dejamos algo mejor.


No hay paz en Argentina. No es negocio. Convertimos las estupideces en asuntos de suma trascendencia. Y cuando se necesita decidir sobre lo importante nos comportamos como estúpidos. La eterna adolescencia nacional: no fui yo, fueron los otros. Siempre son los otros. Y si no está vivo, mejor. Mayor razón para enterrarlo unos centímetros más en la tumba. Condenados a ese ciclo, somos la oscilación entre extremos que asoman como fantasmas. Nos gusta la muerte de la promesa, nos deleita bailar entre cadáveres. Pensamos que nos aleja de la muerte.

No hay alegría en Argentina. Será el tango, pero no es lo único. Será esa energía del fin del mundo. Pero somos ridículos, una de las tantas fases en las que termina la alegría. Sospecho que no debe ser tampoco tan normal.  

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