Indio Solari, eras una estrella

Eras una estrella. Una más del cielo. Tenías el pasaporte libre para cualquier punto de la Vía Láctea. Te reías del papeleo que existía antes de unificar la burocracia del continente. Eras un viajero, sin tiempo ni equipaje, salvo lo que llevabas en tu bolsillo o lo que hacías que cargara tu manager o novia de circunstancia. Te inspirabas en el viaje atómico (así lo explicabas antes algunos periodistas, los de mayor confianza), y componías esas canciones, que hablaban de lugares soñados, algunos reales, otros inventados. Y eso hacía que el tiempo fuera de los otros y no el tuyo: era como un viaje a cargo de un piloto autista: marchabas por las ciudades, cantabas, tocabas y cuando te despertabas ya estabas en otra ciudad y seguramente la almohada del hotel era tan incómoda como la del último hotel. ¿Querías una almohada como la de tu piso? Pues bien, eso ya iba a quedar para otra vida u otro viaje, acaso uno místico. La vida del rock star tiene estas cosas: de todo, menos tu propia almohada para soñar mejor, para descansar, como sí lo hacías antes de la parafernalia. Es lo que habías elegido. ¿Lo recuerdas?

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