120 años de Copacabana, princesinha do mar



Hasta las 4 de la mañana. Había estado despierto, entusiasmado. Hacía trampas, como siempre, aunque ahora no bebía, haciendo caso a los médicos. A veces para seguir bebiendo hay que dejar de beber. El ritmo de la vida supone privaciones que escapan de la lógica.

Será assim, amiga: um certo dia

Estando nós a contemplar o poente

Sentiremos no rosto, de repente.

O beijo leve de uma aragem fria.

Los días de Río en julio son mejores que las noches. El sol no es el mismo, pero eso no importa mucho, ya que las cosas importantes nunca son las mismas a lo largo de la vida.
La niebla escondía los morros, las luces en las avenidas y el mar con la forma del misterio, el confín; a veces el mar era una amenaza, en las noches de julio, en Río.
Copacabana oía a Tim Maia y algunos caminaban, con medias en los pies, aunque ya se sabe cómo es la moda: pasajera. Otros escupían melancolía en Rodrigo de Freitas, tardíos, demorando la llegada.
La luna en el cielo era otra ilusión en el cielo de la vida de los hombres buenos. La niebla proponía, oscura y cerrada, la noche. Y la próxima esperanza era despertar con el sol. Todos habían dicho buenas noches, con aquella esperanza: la luz del día siguiente, el mar amigo, la arena tibia.
La Mae Menininha do Gantois estaba soñando con la bruma, ingenua en la confusión de los secretos. Ella se veía en su sueño más anciana, frágil y quizá por eso más distante. Y alguien narraba una muerte, que en los sueños siempre es más romántica. Cuando ella despertó ya estaba el sol en la ciudad y hasta los pájaros lo agradecían.

Tu me olharás silenciosamente

E eu te olharei também, com nostalgia

E partiremos, tontos de poesia

Para a porta de treva aberta em frente.

Entre tantos libros y discos, sólo botellas vacías de alguna guerra olvidada. Y la compañía de un eterno aprendiz, para dar las últimas fuerzas a otro trabajo. Y Río bajo la niebla, apagada a la fuerza, sin voluntad por desaparecer. Y entre conversaciones y programas de televisión, ni siquiera Tarzán era el rey de la selva en ésa noche, a veces volvían a trabajar en un disco, con poesías del “A arca de Noé”.
A las cuatro fue a dormir, poco después del alba llegaba una ambulancia, al rato llegó otra, pero ni los médicos ni la ciencia dominaron el destino, menos en Río, aunque fuera en aquellos días de julio en Gávea.
La muerte pensó que se trataba de alguien más, el trámite, la rutina, lo de todos los días. Y en la épica de la resistencia el aprendiz fue protagonista, como en las mejores historias. Con su mano sosteniendo la del maestro, con aquel calor en la mañana fría con sol, se sucedían diagnósticos, métodos y otras esperanzas. La mano apretaba a la otra, aunque la mano siempre es misma, hasta que deja de luchar. Y eso sucedió entre un lapso de quince minutos, tras lo cual la batalla se convirtió en silencio.

Ao transpor as fronteiras do Segredo

Eu, calmo, te direi: -Não tenhas medo

E tu, tranqüila, me dirás: -Sê forte.

E como dois antigos namorados

Noturnamente tristes e enlaçados

Nós entraremos nos jardins da morte.

Diez horas después, Vinicius de Moraes intentaría ser enterrado en el Cementerio São João Batista, en Rio, donde a veces la niebla llega, aunque rápidamente se va.

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