Libro sobre viajeros europeos por Argentina

Hay un libro reciente, escrito por Gustavo Giovagnoli, quien, además de ser licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, realizó numerosos viajes durante una década en buques de la marina mercante. El texto que ha visto la luz se llama “Viajeros”, y bien resume lo que trata la frase que sigue al título: “Testimonios de extranjeros que visitaron la Argentina desde 1520 hasta hoy”.
Antes de avanzar en algunos puntos sobresalientes de la publicación conviene decir que su autor ha logrado articular un relato de la mirada extranjera sobre nuestro país, lo que requiere, para el lector, librarse de prejuicios, y adentrarse en estas historias, reales y documentadas, con un espíritu de amplia autocrítica. Acostumbrados a creer que nosotros mismos podemos dilucidar el gran misterio llamado Argentina, este aporte trae, sin embargo, testimonios, sensaciones y hasta preguntas, que aportan renovadas visiones de nuestra historia. La invitación para compartir el texto es, quizá, apropiada para intentar un debate más serio y profundo frente al Bicentenario. Increíblemente, uno de los escenarios del libro se sitúa en el primer Centenario del país, y, vaya paradojas, el país parece calcado de algunas discusiones y realidades que dominan los días un siglo después.
Para intentar un resumen hay que decir que el primer extranjero en registrar su paso por el país fue el italiano Antonio Pigafetta, venido en la expedición al mando de Hernando de Magallanes, en 1519, tripulación que sólo estaba integrada por hombres. Gracias a sus invenciones se extendería por algunos siglos el mito de los gigantes de la Patagonia, aquellos hombres que más bien fueron producto del fervor literario y el elemento exótico de este confín del mundo que comenzaba a ser explorado: “Durante dos meses no vimos alma viviente por aquella tierra; un día apareció de improviso en la playa un hombre de estatura gigantesca, casi desnudo, que, bailando y cantando, se echaba arena en la cabeza”.
El relato del libro, como se ha dicho, se articula con los documentos y libros de varios viajeros, categoría que el mundo parece haber perdido en los vaivenes del turismo, las experiencias masticadas y la escasa voluntad que suele verse en aquellos que viajan por entender y comprender, y, más aún, vivir, el lugar que se visita. El alemán Ulrico Schmidel deja testimonio en su célebre y costosísimo libro “Viaje al Río de la Plata”, un cuarto de siglo más tarde, del primer intento de asentamiento en la actual Buenos Aires. Schmidel era uno de los que integraban la tripulación a cargo de Pedro de Mendoza. Aquella fundación sucedió en el actual Parque Lezama, la divisoria entre los barrios de San Telmo, la Boca y Barracas.
El hambre de aquellos expedicionarios fue atroz. Basta repasar uno de los párrafos más visitados de Schmidel para entender lo que significaba vivir aquí hace 500 años: “Sucedió que tres españoles robaron un caballo y se lo comieron a escondidas. Y así esto se supo se los prendió y se les dio tormento para que confesaran. Entonces se pronunció la sentencia de que se ajusticiara a los tres españoles y se los colgara en una horca”. Pero la historia no termina aquí. “Ni bien se los había ajusticiado y se hizo de noche, y cada uno se fue a su casa, algunos españoles cortaron los muslos y otros pedazos del cuerpo de los ahorcados, se los llevaron a sus casas y allí se lo comieron. También ocurrió entonces que un español se comió a su propio hermano que había muerto. Esto ha sucedido en el año 1535, en el día de Corpus Christi, en la referida ciudad de Buenos Aires”, registra Schmidel.
Una de las cuatro citas que comienzan el texto, una verdadera melange que oscila entre Ruy Díaz de Guzmán, el escritor Gram. Greene, el estoico Plinio y la condesa Eugenia de Chikoff, es un buen cierre para terminar esta primera nota sobre algunos de los viajeros que han pasado y que Gustavo Giovagnoli ha condensado en forma didáctica y muy amena. Y es la cita de Plinio un buen final. Observa el autor de Historia Naturalis: “Emprendemos largos viajes y surcamos vastos mares para ver cosas que, cuando las tenemos ante nuestros ojos, nos pasan inadvertidas”.

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