Día del periodista: celebración del no abandono

El periodismo es un asunto que no te abandona. Podríamos equipararlo con un desodorante: se lleva en la piel, se lo padece, se lo siente, se lo odia, se lo vuelve a amar, te hace seductor y también un canalla apenas de buen perfume. 

Es tremendo lo de ser periodista, incluso para quienes han querido abandonar muchas veces este oficio. Me ha salido poco bien ese abandono, para qué negarlo. Nunca me ha salido bien, para ser más directo.

Me encanta pensar al periodismo como si fuera un desodorante. Me río de la ocurrencia. Han debido pasar un par de décadas para pensar y reírme de esta "ocurrencia". 

El periodismo no se transpira. Por el contrario: es lo que te permite oler un poco mejor. Es que siempre estas como oliendo mal si sos periodista. Desconfías hasta del más mejor pintado. Te lo enseña la vida, por si te queda alguna duda. Y aclaro que es una metáfora. 

Pero es cierto: el periodismo se lleva en la piel, te carcome los huesos, te cambia la cabeza, te pone de mal o mejor humor, y tenes que saber que siempre van a pensar que estas loco o alterado o zarpado. Es el riesgo y también el placer: algún día, algunos o simplemente alguien va a decirte: che, tenías razón. 

El periodismo es una mierda, amigos. Para los periodistas es una ley escrita en la letra chica. Para el resto, la gente normal, no. Todo lo contrario. Los destinatarios del periodismo la consideran una actividad reveladora, necesaria, importante, a veces valiente, o vendida, según el público. Y eso también es más o menos cierto. Queda sentado: más o menos cierto.

Esto que escribo a continuación lo he pensado mucho y en distintas épocas. Es una idea que me ha impulsado para abandonar el periodismo en reiteradas ocasiones: el periodista es un pelotudo que no puede hacer nada. Un pelotudo importante, como decimos en las redacciones. Quiero decir: nos mueve contar lo más parecido a la verdad, pero cuando la sabemos y la revelamos, poco más podemos hacer. 

De allí lo de pelotudo importante: algo o alguien está obrando de modo perjudicial, pero poco podemos hacer para cambiar algo. Apenas si darlo a conocer. No es poco. Pero tampoco es taaaaannnn genial. Es un orgasmo medio orgasmo, si se permite el paralelo freudiano.

No soy un periodista clásico (espero que no). Ni menos un militante de la verdad, cualidad tan relativa como la mentira (la mentira es la mejor verdad y la verdad total puede funcionar como el peor embuste). Nunca olvidaré que a un tipo le pidieron escribir un artículo sobre Dios y que el tipo, un periodista posta, preguntó: ¿a favor o en contra? Imposible olvidar eso.

He detestado ser periodista, muchas veces. Incluso dudo que hoy en día lo sea. Odio hablar por teléfono como los amantes, odio hablar en off con los poderosos, odio las relaciones de conveniencia, odio las operaciones de comunicación, odio el mundillo del chisme, odio el chisme, odio el dato y los dateros. Es algo físico.

Pero a la vez sé que puedo ser buen periodista, pese a estas limitaciones. Es decir: puedo comunicar aquello que no se ve, aquello que se esconde, aquello que a veces parece sobreentendido y precisa de alguna claridad. Es mi esperanza y no me la maten.

El periodismo es un asunto que no te abandona. 

Quizá sea una enorme suerte la mía. Y esto es lo que puedo decir, a pesar de todo: celebrar lo que no te abandona. Todo pasa. Menos la pasión



Comentarios

Lo más visto en la semana

Twitter