Cornejo, el cambio, la Mendoza metropolitana y el peronismo como el fútbol: vivir del pasado


No me gusta los que hablan del cambio y no pueden cambiar ni siquiera un billete de 100 pesos, egoístas sin imaginación, avaros de talento, veletas (cambian con los vientos, apenas).

No me gusta los que piden confianza y no la ofrecen. Están con las inversiones de las mineras, al otro día no están con las mineras. O están con el gobierno central, mañana no, pasado quién sabe, depende de los ánimos. 

Desconfío, mucho muchísimo, a esta altura de mi historia, de los autoproclamados abanderados de los humildes, de los managers de los que más necesitan. La experiencia me dice que viven sin necesidades, que viven a costas de los que sí necesitan. Y los años me han hecho ver que los “comprometidos” con los pobres son los peores farsantes y cínicos, profesionalizando un credo, una idea, que los invalida como seres humanos transformadores. Los que hablan de los pobres desde la no pobreza, al final, no desean cambiar mucho. Son los peores conservadores. Hay muchos que se creen que eso es ser progresista. En fin. Son más de derecha que el Partido Demócrata. Pero viven en el limbo de la izquierda. En fin.

No me gustan los que gobiernan como bomberos. Paco Pérez, en honor a su apellido, lo ha sido en esta última etapa.

Me gusta, y admiro desde el anonimato, el valor de los bomberos. También de los que salvan vidas en hospitales y centros de salud (en las peores condiciones, incluso bajo amenaza de los que allí llegan, desahuciados o psicóticos). Me conmueve que un policía juegue su vida haciendo su trabajo honestamente. Insisto: no me gustan los políticos que manejan a la policía., no me gustan los políticos que se hacen los doctores y, menos que menos, me gustan los políticos que no están preparados. Pueden ser gobernadores, diputados o intendentes. No me gustan. No me gustan los que se quieren “salvar” con la política. Paco Pérez, no me gustas, has sido la nada, sos la nada, quizá el futuro sea más nada que todo. Next

No me gustan los conductores que no forman equipos, los que no promueven y aplastan el expertise de los técnicos, de los que saben. No es de ahora: detesto esa clase de políticos que acomoda a sus amigos y familiares como garantía de confianza. El nepotismo de entre casa es una peste que azota a las democracias bananeras. Mendoza lo viene siendo, a pesar de su historia, a pesar de los horribles gobernadores que hemos elegido. Hola, Paco. 

No me gusta el peronismo, como movimiento, como prepotencia, como alivio a todo lo que sucede en la realidad. A veces pienso que el peronismo se trata de una versión más pasional que la de fútbol. O pienso que es muy similar al fútbol argentino: vive de las glorias del pasado, te hace sufrir siempre y, encima, no gana nada importante hace décadas. Quizá Maradona sea el Perón del fútbol argentino. Todo eso, no me gusta, no me interesa, ni siquiera me emociona. Vivir en el pasado, vivir del pasado, tiene la misma adrenalina que la de un tipo que jamás trabaja, sino que vive de rentas. No ha sido así como Mendoza se ha transformado en un lugar atractivo, original, digamos que singular. 

Cornejo, a esta altura, puede hacer cambios más reales que simbólicos. Si lo eligen, si, al final, es gobernador de este desierto en descalabro.

Cornejo puede ordenar el Estado: y en esta dimensión cabe decir que, los que hoy no trabajan, los que “asesoran”, los que curran, puedan tener un destino más grandioso y útil con sus pares.

Cornejo puede, efectivamente, colocar a Mendoza en un plano más integral en el país profundo, la Argentina que no se preocupa por mucho más que trabajar para que la vida sea más sencilla, más normal, sin tanto vaivén en nombre de nadie y de nada, sino del destino.

Cornejo puede dar soluciones modernas, eficaces, al Gran Mendoza. Ignoro cuáles serán los elegidos, quiénes tendrán al calor de sus pares, pero sí es cierto que existen problemas generales, estructurales, que nos merecemos superar. La Mendoza metropolitana es un asunto que dejó de ser marketing o cita de discurso oficial: desde el transporte hasta la infraestructura, el Gran Mendoza hoy es uno de esos monstruos que los irresponsables y los inútiles no han podido domar.

Cornejo es un dirigente venido desde la política, es, si se quiere, una persona decidida, con voluntad de poder y capacidad para proponer cambios. Es el cambio, al poder conservador, es el no invitado a las fiestas de la Mendoza del siglo XX. No sé qué sucederá bajo su gestión, incluso no sé si finalmente será el candidato más votado, pero de algo estoy seguro: Cornejo es aquello que Mendoza siempre ha necesitado: la renovación, la transformación, la puesta en valor, la búsqueda de nuevos paradigmas. No es discurso. Sé de su pasión por estos oasis que conforman Mendoza. Hace rato que viene preparándose para asumir esta responsabilidad.

Cornejo es el cambio. Es dar vuelta la media. Es cambiar de estrategia. Es buscar nuevos horizontes. Nada ni nadie lo sujeta al manual del mendocino tibio, gris, que parece dominar la escena llamada realidad. Cornejo puede ser el conductor, sabe qué hacer, con quiénes y tiene un plan.

Mendoza, ¿merece a Cornejo? Pierda o gane, es su mejor opción. Es la solución para ordenar el desastre del Estado, es la herramienta para mejorar lo que precisa ser el foco de la misión de una administración más eficiente y productiva, y puede ser el hombre que proponga una administración más contemporánea, una visión global. Estamos enfermos de tilinguería, los mendocinos. Estamos a contramano de la historia. Creemos que esa deuda es de los otros y no nuestra, cotidiana. Paco, es, fue poco.

Cornejo sabe qué clase de etapa le reserva la historia. Y a la prolijidad seguramente le sumará contenidos y propuestas que serán su sello. 

Cornejo sabe que la historia de la historia es un tren que no se detiene. Lo sabe por su experiencia en la política, por su decisión para meterse en los problemas. Quizá el desafío sea, incluso para Cornejo, liderar un cambio de varias voces. Allí será medido, más allá de cualquier resultado electoral.

Cornejo es el cambio. Y aunque veces las cosas cambien para que algo cambie y en el fondo sea lo mismo, el intendente que aspira a cerrar una historia de fracasos de Mendoza, propone un cambio extraordinario. Su invitación y  su esperanza parece ser convocante para los mendocinos. 

En buena hora.

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